Comenzó como un Juego, me gusta imaginarlo así. Nos empezamos a ver cada tanto como capitulo tras capitulo. Aquel se aparece, me mira, tímidamente me saluda y me anima a seguir escribiendo. ¿Cómo explicarlo? Cuando un escriba compone suelen suceder varios acontecimientos anormales. Mis palabras sufren de a renglones un caos que queda plasmado en cientos de ensayos, se crean bocetos que quedan esparcidos por todo mi departamento y se diluyen en sensaciones algo cómicas por momentos.
Era una tarde calurosa de enero con el sol brillando de frente justo a mi rostro ardiendo. Donde mis pensamientos jugaban conmigo apareciéndose y desapareciéndose. - Lástima, lástima debo irradiar cuando me congelo al darme cuenta que luego de mi eufórica puesta todos atónitos giran sus cabezas cual suricata parda buscando complicidad, una complicidad desgraciada, burda y se oyen sus burlas maniatadas a sus corbatas bufonas.- Así transcurría mi tarde.
Era una tarde calurosa de enero con el sol brillando de frente justo a mi rostro ardiendo. Donde mis pensamientos jugaban conmigo apareciéndose y desapareciéndose. - Lástima, lástima debo irradiar cuando me congelo al darme cuenta que luego de mi eufórica puesta todos atónitos giran sus cabezas cual suricata parda buscando complicidad, una complicidad desgraciada, burda y se oyen sus burlas maniatadas a sus corbatas bufonas.- Así transcurría mi tarde.
Suelo encerrarme muy seguido en mi cueva y el calor abundante de esa tarde era una buena excusa para hacerlo. Subo el equipo de música hasta que la perilla se atasque, acomodo los bafles detrás de mí y doy el chispazo que enciende la llama de la creatividad. Sentado en cuclillas cierro los ojos y abro bien todos mis sentidos, cuando el saxo de Coltrane empieza a partir cada capa de mi piel sujeta a mi cabeza me relajo y comienzo la escritura. En ese momento no di cuenta de ello y aquel ya estaba delante de mí, daba la impresión de que no estaba perdido. Lo que llamo aún más mi atención fue la serenidad con la cual me contuve. No me pregunte que hacía, como había llegado hasta aquí, solo me nublé con sus ojos que junto al soprano viento que me mecía dibujaban acordes que reptaban por el suelo desgarrándolo. Se detuvo con un ademan de buenos días, me saludó y en un segundo se comploto con mi escrito y lo siguió al paso de la letra. Un sentimiento solitario me agobió y de pronto la compañía más cómoda gustaba de mis pensamientos.
Aquel era el cuento, mi cuento.
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